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domingo, 19 de octubre de 2014

La cultura continuista: del Estado a la sociedad

El continuismo está en todos los partidos políticos de RD.
El continuismo está en todos los partidos políticos de RD.
Distintas ópticas han explicado el continuismo en el poder. En su Teoría de la Constitución, Karl Loewenstein señala tres incentivos fundamentales que dominan al ser humano en sociedad: el amor, la fe y el poder, pasiones que concentran las relaciones humanas y están misteriosamente entrelazadas. La asociación de fe y poder generó la perpetuación de este en una persona, el Rey, derivándolo de la Providencia, originando la sacralización del poder de la monarquía. Con la Ilustración, el poder adquirió carácter secular pasando de lo divino a lo humano, pero no abandonó totalmente lo sagrado; surgieron nuevas formas de perpetuación del poder político.
¿De dónde nace el deseo continuista? Edgar Bodenheimer sostiene en Teoría del derecho que en las personas “el poder es como el gas o la energía eléctrica, que tienden a extenderse o avanzar hasta donde puedan llegar, si no se construye a su alrededor una valla o recipiente que no puedan trascender ni horadar”. Esa creencia atribuye el origen del poder político al género humano, no a divinidades, pero pareciera derivar directamente de estas al considerar que “el hombre es el único animal que no se conforma con lo que tiene, sino que siempre quiere más y más, hasta el infinito... El hombre, sobre todo si se trata de poder político y económico, es insaciable”, como afirma Enrique Arrieta Silva; la ambición de poder se cree condición inherente al ser humano, tanto que césares romanos como Calígula y Nerón llegaron a creerse dioses; otros cayeron en “la locura del poder”: descaro, lujuria, avaricia, crueldad, barbaridades… A menudo, a mandatarios continuistas se les atribuye “el insano apetito del poder”: el continuismo adquiere carácter pecaminoso o malsano, de connotaciones negativas.
No obstante, la evidencia histórica prueba que líderes y electores que en unas circunstancias rechazan el continuismo en el poder, en otras lo acogen; las actitudes varían frecuentemente: los datos indican que la postura de políticos y electores respecto a la reelección depende de las circunstancias.
El continuismo en el Estado
La evidencia es aplastante: las mayores resistencias son al continuismo en la Presidencia de la República. Esto obedece al patrón presidencialista, que crea una “fuerte personalización de la política en la figura del presidente” y “una débil institucionalización del sistema de partidos”, haciendo que los electores atribuyan más responsabilidad –y busquen más- a los líderes que a los partidos, como afirma F. Gélineau. El elector no es tan ingenuo: sabe el peso determinante de los líderes y actúa en función de ello, guiando sus acciones –y apostando- más por ellos que por partidos; de ahí las disputas de liderazgo, la emergencia de “caciques” y “cacicazgos”, el grupismo y los fraccionamientos partidarios.
Cuando un líder alcanza la Presidencia de la República se convierte en alguien “que podría tener dificultades en renunciar totalmente al poder una vez terminado su gobierno”, señala Ilka Treminio Sánchez: sus beneficiarios y seguidores no le permiten fácilmente jubilarse o buscar otras posiciones, le exigen seguir la carrera política y asumir el “vuelve y vuelve” del continuismo en el poder. A veces los auspiciadores de este son actores o poderes fácticos: grupos beneficiarios del poder, que por eso estimulan la prolongación del mandato presidencial.
Esa práctica tiende a reproducirse de arriba hacia abajo en todo el sistema político.
Francisco Madero, líder de la revolución Mexicana de 1910, en su libro La sucesión presidencial definió la reelección presidencial como “la fuente de todas las demás reelecciones”. Un presidente apoya la reelección de legisladores y alcaldes para que estos lo ayuden a conservar la silla presidencial. De modo que el continuismo presidencial abona el terreno para que prospere el continuismo en otros estamentos del Estado, y aún en la sociedad. Frecuentemente, senadores y diputados se reeligen de manera inmediata e incluso indefinida, muchas veces apoyados más en los presidentes de la República y en poderes fácticos que en la ciudadanía; por eso, cabría preguntarse como Gibran Burad Abud: “¿Por qué no hablar de reelección legislativa?”.
Es evidente que el continuismo en los niveles legislativo y municipal del Estado no genera el grado de polémica que cuando se trata de la reelección presidencial. Pero el grado de continuismo en esos estamentos es tanto o mayor que en el nivel presidencial. Por ejemplo, a raíz del retorno a la democracia en Argentina en 1983, en las 23 provincias existentes “se realizaron en total 33 reformas constitucionales y 45 reformas electorales” y en muchos casos se adoptó la reelección del ejecutivo provincial; solo dos provincias no la permitieron la reelección; la diferencia en las demás fue solo en el tipo de continuismo permitido: 5 estados provinciales adoptaron la reelección indefinida, y el resto la permitió de manera inmediata por un solo período, según datos de la Universidad Nacional de Cuyo.
En el propósito continuista se tienden puentes entre los estamentos del Estado: detrás de la reelección presidencial suele venir la de legisladores y autoridades municipales; y a la inversa: la intención continuista de estos aúpa el continuismo presidencial.
El continuismo en la sociedad
A menudo suelen verse las prácticas continuistas en el poder solamente en las esferas del Estado, obviándose que esta también se reproducen en la sociedad civil; la observación sistemática de hábitos institucionales indica que el patrón continuista es constantemente reproducido más allá del terreno político; que no es ajeno a organizaciones sociales, sindicatos, asociaciones profesionales y empresariales, instituciones religiosas, académicas y culturales, incluso juntas vecinales. Se puede colegir que hay una cultura continuista aposentada en la cultura política latinoamericana; que si bien es un atributo asociado a líderes políticos, también está en los electores.
Eso significa que el modelo político del continuismo debe enfocarse no solo desde una perspectiva institucional (en las estructuras político-jurídicas), sino también desde una óptica cultural, asociada a valores, creencias y hábitos instalados en la psiquis social, que se expresan también en un continuismo en el poder por grupos sociales, étnicos, etarios, sexuales, e incluso en las condiciones de distinción o estatus social, como se observa en la categoría social del abolengo.
Esas formas sociales y culturales que expresan las nociones de poder indican la presencia de rasgos ideológicos reproducidos como herencia de culturas y regímenes conservadores vigentes durante siglos, así que son rasgos del pasado continuados en el presente. La cultura del continuismo político obedece a las mismas razones que determinaron el origen del presidencialismo, relacionadas con factores socio-económicos, históricos y culturales que hunden sus raíces en los tiempos coloniales. Evidentemente, eso manda una señal de cautela a los actores políticos al abordar el discurso anti-continuista.

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