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domingo, 22 de junio de 2014

El papa Francisco condena cualquier forma de tortura

El pontífice hizo esta reflexión en su alocución posterior al rezo del Ángelus

"Jesús no vino al mundo para dar cualquier cosa, sino para dar su propia vida como alimento a los que tienen fe en él"
"Jesús no vino al mundo para dar cualquier cosa, sino para dar su propia vida como alimento a los que tienen fe en él"
CIUDAD DEL VATICANO.- El papa Francisco condenó hoy, en la festividad del Corpus Christi, cualquier forma de tortura e instó a los fieles católicos a trabajar para abolirla, así como para ayudar a las víctimas y a sus familias.

"El próximo 26 de junio tendrá lugar la Jornada Internacional de las Naciones Unidas en apoyo a las víctimas de tortura. En esta circunstancia, reitero la firme condena de cualquier forma de tortura", afirmó el pontífice argentino ante las miles de personas que acudieron a la Plaza de San Pedro para escucharle.

Y prosiguió: "Invito a todos los cristianos a trabajar para abolirla y sostener a las víctimas (de la tortura) y a sus familias".

El pontífice hizo esta reflexión en su alocución posterior al rezo del Ángelus.

Pero antes, el papa Francisco recordó a los presentes la importancia de practicar la caridad con el prójimo, de "dar esperanza a los que la han perdido y de acoger a los excluidos".

También se refirió, desde la ventana del Palacio Apostólico, al regalo que entregó Jesús a los católicos en una jornada en la que se celebra la fiesta del cuerpo y la sangre de Cristo.

"Jesús no vino al mundo para dar cualquier cosa, sino para dar su propia vida como alimento a los que tienen fe en él", dijo el obispo de Roma, citando una frase del Evangelio según san Juan.

La fiesta del Corpus Christi fue instituida por el papa Urbano IV en 1264, a raíz del llamado "milagro de Bolsena".

En 1263 un sacerdote bohemio, Pedro de Praga, se dirigía hacia Roma cuando se detuvo en la cercana localidad de Bolsena para oficiar misa, pero el cura dudaba de la presencia real de Cristo en la Eucaristía y pidió a Dios una "señal".

Según la tradición católica, unas gotas de sangre emanaron de forma imprevista de la hostia consagrada y cayeron sobre el corporal (lienzo que se extiende en el altar para colocar el pan y el vino sagrados), una tela que se guarda en la catedral de Orvieto, en el centro de Italia

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